7 de juliol del 2024

Contra la pena de mort dels assassins (14-01-1887)

El Mensajero, 14 de gener de 1887, pàgina 2.

A la secció "Barcelona":

"—Nuestro colega El Diluvio, de ayer, dice que la Sección 3.ª de lo criminal de esta Audiencia acaba de condenar á la pena de muerte en garrote á Juan Sobrevía y Espinalt y Valentín Anglada y Oliveras, vecinos de Navarcles, distrito judicial de Manresa, por asesinato de un niño de diez años llamado José Casajuana. Por consiguiente, tenemos, como dice El Diluvio, en espectativa otra vez el cadalso.
Cierto que el crimen cometido por Sobrevía y Anglada es horrible por las circunstancias agravantes de alevosía y premeditación con que fué ejecutado. Tenían sed de dinero, secuestraron á un niño con la intención de pedir para su rescate á los padres de éste, una cantidad, y al efecto fué por ellos el niño engañado, haciéndole ir á una casa y asegurándole que allí le tenían preparado un regalo. El niño les siguió; al llegar al sitio por ellos citado, el niño tuvo miedo, quiso retroceder y Sobrevía y Anglada le degollaron.
Siete años ha durado el proceso á causa de haber elegido los procesados, para la sustanciación del mismo, el procedimiento antiguo. Siete años hace que Anglada y Sobrevía están en la cárcel de Manresa. Se han pronunciado ya tres sentencias de muerte por otros tantos jueces que han intervenido en la causa en el trancurso de los siete años.
Si no abrigáramos nosotros el convencimiento firme de la ineficacia de la pena de muerte y del crimen que comete la sociedad imponiendo á un hombre tan terrible pena; si no tuviéramos nosotros como tenemos la convicción íntima de que el hombre es perfectible y de que por sí mismo puede hasta cierto punto recompensar el mal que ha hecho, dadas las circunstancias que concurren á Sobrevía y Anglada, nos inclinaríamos en este caso á decir que, sin querer ofender en lo más mínimo la susceptibilidad de los jueces que han aplicado dicha pena con arreglo á los fueros de la ley, es una injusticia social el ajusticiarles, el hacerles subir las gradas de un afrentoso patíbulo.
Cometido el crimen, Sobrevía y Anglada fueron encerrados, durante tres años en inmundo calabozo, cargados de hierros, sin luz, sin aire y casi sin alimentos. Finido aquel tiempo el alcaide tuvo compasión de ellos y les encerró en el patio. Al salir estaban ciegos, no podían resistir la luz del día, tanto, que ambos sufrieron una enfermedad. Desde entonces nosotros hemos tenido ocasión de verles varias veces. No se vé en ellos al asesino que la sociedad expulsa de su seno, ó á la fiera que necesita estar en una jaula de hierro, sujeta con grillones y esposas para evitar una nueva víctima; no. Ambos han sido en aquella cárcel un modelo de presos. A Anglada, jóven aún, pues contaba solo unos diez y seis años cuando consumó el crimen, se le ve pasear siempre sin decir apenas una sola palabra. Sobrevía, que posee una regular instrucción, ha llenado en la cárcel durante este tiempo una importante misión: él ha sido el constante y dócil maestro de los presos; él ha enseñado muy bien de letra á muchos que nunca hubieran sabido conocer ni el albafeto; él, valiéndose de la instrucción, ha arrancado quizás á muchos de los brazos del vicio y del crimen; él ha sido el amigo fiel, el compañero desinteresado, el padre cariñoso, el hombre de confianza de los presos, y ambos, Sobrevía y Anglada, de carácter amable y hasta bondadoso, apartados siempre del bullicio y jolgorio de los demás presos, han tenido una conducta irreprensible desde que han estado en la cárcel.
Ni Anglada ni Sobrevía son hoy, á juzgar por su conducta, los fieros asesinos de aquella infeliz criatura, á la que en un momento de alucinación ó de delirio arrebataron cobardemente la vida. Hoy son... dos desgraciados que expían el crimen en una cárcel, llorando su desventura arrepentidos de lo que hicieron; y tan arrepentidos deben estar, tan conformados estarán en soportar el castigo que la justicia les impone que, un día en que de la cárcel de Manresa huyeron dos presos, ellos, Anglada y Sobrevía, que fueron los primeros que vieron abierta la puerta por donde aquellos dos se habían fugado, a pesar de haber tenido tiempo suficiente de escaparse, llamaron inmediatamente al alcaide, á quien pusieron en conocimiento lo ocurrido. 
Ahora bien; atendiendo á estas circunstancias y á otras no menos favorables para aquellos infelices, que podríamos enumerar, ¿son merecedores de la pena de muerte?
Bien habrán hecho los jueces cumpliendo estrictamente la ley; pero por encima de la ley hay la justicia, y nosotros que creemos que la pena de muerte es injusta, nosotros que sabemos tener compasión para la pobre víctima y pedimos justicia para el criminal; nosotros que tenemos fe en el progreso y creemos en la perfección humana, decimos á esa sociedad que para reparar un crimen comete otro crimen: Ténles encerrados si así lo quieres, pero no les mates; ten misericordia para el criminal. Son hombres como tú; no seas asesino. Son tus hermanos; detén la cuchilla de la venganza; no quieras ser tu un nuevo Caín."