El Mensajero, 14 de gener de 1887, pàgina 2.
A la secció "Barcelona":
"—Nuestro colega El Diluvio, de ayer, dice
que la Sección 3.ª de lo criminal de esta Audiencia acaba de condenar á la pena de muerte
en garrote á Juan Sobrevía y Espinalt y Valentín Anglada y Oliveras, vecinos de Navarcles,
distrito judicial de Manresa, por asesinato de
un niño de diez años llamado José Casajuana.
Por consiguiente, tenemos, como dice El Diluvio,
en espectativa otra vez el cadalso.
Cierto que el crimen cometido por Sobrevía
y Anglada es horrible por las circunstancias
agravantes de alevosía y premeditación con que
fué ejecutado. Tenían sed de dinero, secuestraron á un niño con la intención de pedir para su
rescate á los padres de éste, una cantidad, y al
efecto fué por ellos el niño engañado, haciéndole
ir á una casa y asegurándole que allí le tenían
preparado un regalo. El niño les siguió; al llegar
al sitio por ellos citado, el niño tuvo miedo, quiso retroceder y Sobrevía y Anglada le degollaron.
Siete años ha durado el proceso á causa de
haber elegido los procesados, para la sustanciación
del mismo, el procedimiento antiguo. Siete
años hace que Anglada y Sobrevía están en la
cárcel de Manresa. Se han pronunciado ya tres
sentencias de muerte por otros tantos jueces
que han intervenido en la causa en el trancurso
de los siete años.
Si no abrigáramos nosotros el convencimiento
firme de la ineficacia de la pena de muerte y
del crimen que comete la sociedad imponiendo
á un hombre tan terrible pena; si no tuviéramos nosotros como tenemos la convicción íntima de que el hombre es perfectible y de que
por sí mismo puede hasta cierto punto recompensar el mal que ha hecho, dadas las circunstancias que concurren á Sobrevía y Anglada,
nos inclinaríamos en este caso á decir que, sin
querer ofender en lo más mínimo la susceptibilidad de los jueces que han aplicado dicha pena con arreglo á los fueros de la ley, es una
injusticia social el ajusticiarles, el hacerles subir
las gradas de un afrentoso patíbulo.
Cometido el crimen, Sobrevía y Anglada fueron encerrados, durante tres años en inmundo
calabozo, cargados de hierros, sin luz, sin aire y
casi sin alimentos. Finido aquel tiempo el alcaide tuvo compasión de ellos y les encerró en el
patio. Al salir estaban ciegos, no podían resistir
la luz del día, tanto, que ambos sufrieron una
enfermedad. Desde entonces nosotros hemos
tenido ocasión de verles varias veces. No se vé
en ellos al asesino que la sociedad expulsa de
su seno, ó á la fiera que necesita estar en una
jaula de hierro, sujeta con grillones y esposas
para evitar una nueva víctima; no. Ambos han
sido en aquella cárcel un modelo de presos. A
Anglada, jóven aún, pues contaba solo unos diez
y seis años cuando consumó el crimen, se le ve
pasear siempre sin decir apenas una sola palabra. Sobrevía, que posee una regular instrucción,
ha llenado en la cárcel durante este tiempo una
importante misión: él ha sido el constante y dócil
maestro de los presos; él ha enseñado muy bien
de letra á muchos que nunca hubieran sabido
conocer ni el albafeto; él, valiéndose de la instrucción, ha arrancado quizás á muchos de los
brazos del vicio y del crimen; él ha sido el amigo
fiel, el compañero desinteresado, el padre
cariñoso, el hombre de confianza de los presos,
y ambos, Sobrevía y Anglada, de carácter amable y hasta bondadoso, apartados siempre del
bullicio y jolgorio de los demás presos, han
tenido una conducta irreprensible desde que han estado en la cárcel.
Ni Anglada ni Sobrevía son hoy, á juzgar
por su conducta, los fieros asesinos de aquella
infeliz criatura, á la que en un momento de alucinación ó de delirio arrebataron cobardemente la
vida. Hoy son... dos desgraciados que expían el
crimen en una cárcel, llorando su desventura
arrepentidos de lo que hicieron; y tan arrepentidos deben estar, tan conformados estarán en
soportar el castigo que la justicia les impone que, un día en que de la cárcel de Manresa
huyeron dos presos, ellos, Anglada y Sobrevía,
que fueron los primeros que vieron abierta la
puerta por donde aquellos dos se habían fugado,
a pesar de haber tenido tiempo suficiente de
escaparse, llamaron inmediatamente al alcaide,
á quien pusieron en conocimiento lo ocurrido.
Ahora bien; atendiendo á estas circunstancias
y á otras no menos favorables para aquellos
infelices, que podríamos enumerar, ¿son merecedores de la pena de muerte?
Bien habrán hecho los jueces cumpliendo estrictamente la ley; pero por encima de la ley
hay la justicia, y nosotros que creemos que la
pena de muerte es injusta, nosotros que sabemos tener compasión para la pobre víctima y
pedimos justicia para el criminal; nosotros que
tenemos fe en el progreso y creemos en la perfección humana, decimos á esa sociedad que
para reparar un crimen comete otro crimen: Ténles
encerrados si así lo quieres, pero no les mates;
ten misericordia para el criminal. Son hombres
como tú; no seas asesino. Son tus hermanos;
detén la cuchilla de la venganza; no quieras ser
tu un nuevo Caín."