30 de juliol del 2011

El casament del metge del poble i la modista (26-11-1920)

Crónica social, 26 de novembre de 1920, núm.3714

A la secció "Páginas Femeninas", una crònica del casament de l'Anicet Gresa de Mirambell i la Casilda Creus:
 

"De Himeneo
El domingo pasado [14 de novembre], día de sol y alegría, día de fiesta inaudita que, con su adorable rusticidad, da a los acontecimientos suyos un encanto y color local envidiables, en todo a lo que su puerilidad se refiere, menos en su excesiva demostración de curiosidad que marca exactamente la màxima inteligencia y cultura de este reducido número de dos o tres mil habitantes, salvo las consabidas excepciones.
Motivo fue de tal acontecimiento la boda del señor médico del lugar [Anicet Gresa de Mirambell] con una bella modistilla [Casilda Creus], pequeña y rubia cual muñeca de plata y rosa que con sus hechizos cautivó el corazón del galeno tan pretendido y soñado por otras (pués era el héroe conquistador del pueblo) y unas por curiosidad otras por dar el último adiós a su esperanza, a su ilusión perdida y la mayor parte por procurarse un rato de expansión, llenóse la plaza de bote en bote de este público lugareño ávido de emodiones si es que la fuerza emotiva encuentra en él un ávido desarrollo.
Acera, plaza, escalera de la iglesia, era materialmente imposible dar un paso. Las comadres con además de ansiedad alargaban el cuello empinándose sobre la punta de los pies y apoyando su mano en la espalda de la compañera para ver mejor llegar al señorito, al venerado médico por quien siente el pueblo una especie de idolatría. Crecía el ruido de la plazuela con la impaciencia del público que se cansa de esperar, pues habían dado hora a las doce y era ya la una que el público continuaba en pie pero convictas y confesas algunas mujeres de que aunque el marido tuviese que comer a las tres de la tarde, ellas no dejaban tamaña ocasión de presenciar un espectáculo que jamás han visto, porqué la novia llevaría traje de seda negro en que han trabajado cinco modistas y además velo blanco como una reina, sin las ricas joyas que su futuro marido le ha comprado y un ramo que llevará en las manos al entrar en la iglesia. No es cuestión –decían algunas allí reunidas- de atender el estómago ni el reloj del campanario que nos insulta continuamente con sus cuartos y horas. Suerte que el paciente consorte descuidaba por completo las leyes de la equidad con la paciencia de Job y la convicción de quedarse por un día sin comer si viniera el caso.
Un guasón gritó con solemne parsimonia, “!Gracias a Deu, ja venen!”.
Hubo una confusión enorme.
Todos se precipitaron hasta el pie de la escalinada de la Iglesia para ver mejor, y ... el novio que es el que debía llegar primero seguramente dormía, pues tardó casi una hora en presentarse.
A la una y media entraba en la iglesia el futuro marido acompañado de su abuela señora octogenaria, muy rica según cuentan las gentes, y su padre con el traje de militar, cuya arrogantísima figura y el oro reluciente de su uniforme contrasta en extremo con aquel enjambre de jóvenes, mujeres y niños que se mezcló entre ellos sin respetar la ceremonia, no por irreverencia, sinó con el ansia de participar en el suceso que revolvió todos los corazones.
Poc después llegó la novia, con su ramo y joyas, pero pronta quedó confundido su velo con la blancura de muchos pañuelos de bolsillo expuestos a la capeza para seguirlos hasta el altar.
Un auto camión trajo de Manresa todas las provisiones para el banquete nupcial, al que no faltarían el alcalde, el secretario y todo lo que representase la alta jerarquía del pueblo en política y administración no sin antes enseñar a todo el mundo las mesas en que debían sentarse los novios y sus acompañantes, cuya envidia la constituían los plátanos, manzanas y peras tan bien sentadas en sus fruteros, de cuantos sentían la irresistible tentación de visitar la desmantelada sala del “Café del Met”.
Desde el balcón que da a la plaza en casa de mis parientes observaba y comprendía francamente lo que es esa vida pueril de los pequeños pueblos en sus grandes fiestas, pues debemos reconocer que para ellos era grande casar a su médico cuya fama tenoriesca habíase pregonada a los cuatro vientos.
Dichoso tú, pedazo de tierra que sabes reír no obstante ser pobre; las grandes y ricas ciudades no son libres porque no han aprendido a reir y en la risa noblemente, franca y sincera está la libertad individual, la riqueza colectiva, el bienestar humano, la paz del mundo si este fuese regido por personas sin perjuicios ni ambiciones cuals las que se agrupan a la puerta de la Iglesia para ver salir de ella la felicidad santificada de Cristo y que ellos sancionan con loca ingenuidad.

Alicia
Navarcles, noviembre de 1920"